Por
las calles camina un animal extraño: no mira de frente, sino cabizbajo,
tecleando en el móvil, y a veces musita algunas palabras, como para sí mismo.
Parece Mariano Rajoy, que no quiere hablar tampoco con nadie, ni siquiera
dentro de su partido. O el alcalde de Granada, calado con abrigo y sombrero a
modo de armadura, y empuñando la espada láser para enfrentarse a los rivales
dentro y fuera del ayuntamiento. O el ministro del Interior, que busca en los
fiscales y la Guardia Civil a los culpables de la corrupción que asola al PP,
aunque él sea el máximo responsable de los cuerpos y fuerzas de seguridad del
Estado. Hasta Pedro Sánchez y Albert Rivera, que por fin se han dicho el sí
quiero, parecen enemigos. Y todo gracias a Pablo Iglesias, que hasta hace poco
era el enemigo a batir, pero que ahora es como Gollum, después de confesar que
quiere ser vicepresidente del Gobierno y el jefe máximo de los espías
españoles. Mi tesoro... Después de las elecciones, la política española se ha
convertido en una representación de figuras a las que, cuando se les acerca
demasiado la cámara, se les ven los píxeles. Es como si estuvieran a punto de
deshacerse, lo que ocurrirá finalmente si no llegan a alcanzar un acuerdo de
investidura, esa realidad virtual. Entonces se derretirá el personaje de
presidente o vicepresidente o ministro que ellos se han imaginado. No así los
ciudadanos, que asisten aburridos o alarmados, según, a esta fiesta de
disfraces. Los ciudadanos cantan: “Tengo un baile preparado con orquesta de salón.
/ Hay un mono trompetista, yo le haré la percusión. / He colgado serpentinas de
la lámpara al sofá. /He sacado los adornos que compré por Navidad…”; la canción
de Marc Parrot, más conocido como “El Chaval de la Peca”, otro disfraz creado
para poder cantar lo que le apeteciera. Porque así vamos a estar de
entretenidos hasta el mes de julio. Y hasta podríamos acostumbrarnos a no tener
Gobierno, o a que el Gobierno siempre fuera en funciones. Quizá de este modo
los responsables públicos se consideren siempre de paso en su cargos y tengan
las manos atadas para tomar decisiones importantes. Total, para eso ya tenemos
a la Troika, que ha venido a la celebración: “Es un muchacho excelente.../ Y
siempre lo seré, / pero el que olvide mi regalo/ va a quedarse castigado sin
pastel…” Y es que la gran fiesta de la democracia se ha convertido en una
fiesta de disfraces.
IDEAL
(La Cerradura), 28/02/2016
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