Si
Mariano Rajoy fuera consecuente, debería dimitir como candidato del PP a la
presidencia del Gobierno; y también Pedro Sánchez como candidato del PSOE; y
Pablo Iglesias como candidato de Podemos; y Albert Rivera como candidato de
Ciudadanos, y todos los candidatos que han encabezado las listas electorales en
las pasadas elecciones. Porque resulta que los ciudadanos que votamos confiamos
en las capacidades de uno u otro, y han demostrado que son incapaces de llegar
a un acuerdo de gobierno, por lo que mucho más incapaces serán entonces de
presidirlo. Y si no saben llevar a término una negociación dentro de su propio
país, ¿lo van a hacer en el contexto europeo? Así que los despedimos. ¿Cómo,
que no podemos despedirlos? Según los criterios que ellos mismos activa o
indolentemente han propiciado en la legislación laboral, eso daría lugar en
cualquier empresa a un despido procedente. Se lo dicen a nuestros jóvenes y a
los que quieren jubilar antes de tiempo: “No has alcanzado los objetivos”. Y no
los han alcanzado los candidatos de los partidos, a pesar de su ego y del
exceso de testosterona. Porque esa es otra. ¿Por qué casi todos son hombres? Estoy
seguro de que si al menos la mitad de los candidatos fueran mujeres, ya
tendríamos presidenta del Gobierno. Pero ahora tenemos que aguantarlos
predicando durante dos meses más, cuando ya han demostrado durante cuatro que
su reino no es de este mundo. Deberían irse a la calle, sí, pero no a pegar
carteles, que ensucian y nos recuerdan la pifia electoral, sino de vuelta a
casa. Y sin indemnización por despido ni nada que se le parezca. Es más,
deberían devolver el sueldo de diputados que tan generosamente les hemos pagado
durante esta legislatura efímera los españoles. Porque el dinero público no es
para sufragar un juego de tronos. Y tampoco un juego de máscaras. En el
parlamento las obras teatrales no hacen a la sociedad mejor, y este país se
está desintegrando por boca de unos personajes que carecen de la virtud mínima
que deberíamos exigirles: la honradez intelectual y política. ¿Y para qué
sirven los partidos? Si los ciudadanos no podemos tomar estas decisiones porque
el voto es representativo, deberían tomarlas las organizaciones políticas que
nos proponen estas cabezas de cartel. ¡Que les corten la cabeza!, gritaría la Reina
de Corazones en “Alicia en el País de las Maravillas”. Y eso es lo que parece
España: no un Estado democrático, sino un Estado de partidos. Que ruede la
pelota.
IDEAL (La
Cerradura), 1/05/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario