Esta
es una historia que aconteció en el tiempo del maestro Pablo Iglesias, cuando meditaba
en el monte junto a un discípulo. Sintieron hambre, y mandó Pablo Iglesias al
discípulo a comprar pan, mientras él se retiraba a meditar. Volvió el discípulo
con tres panes y, como no halló al maestro donde lo había dejado, se comió él
uno. Después vino Pablo Iglesias y le preguntó: “¿Dónde está el tercer pan?”
“Sólo he traído dos”, contestó el discípulo. Pablo Iglesias calló y siguieron
adelante, hasta que encontraron un rebaño, y cogió el maestro un cordero, lo
degolló y comieron de él. Luego juntó Pablo Iglesias los huesos y dijo:
“Levántate con licencia de Pedro Sánchez, el resucitador de los muertos”. Y se
levantó balando el cordero, y exclamó el discípulo: “Alabada sea la
Constitución”. Pablo Iglesias le dijo: “Jura, por aquel que ha realizado este
milagro, qué has hecho con el tercer pan”. “Sólo traje dos”, contestó el
discípulo. Siguieron hasta que llegaron a un río, y tomó Pablo Iglesias de la mano
al discípulo y lo cruzaron caminando sobre las aguas, por el poder de Pedro
Sánchez. Y dijo Pablo Iglesias: “Jura, por aquel que ha realizado este milagro,
qué has hecho con el tercer pan”. “Sólo traje dos”, contestó el discípulo. Prosiguieron
el camino y llegaron a un lugar despoblado, donde vieron tres grandes lingotes
de oro. Y dijo el discípulo: “Gran tesoro es éste”. Y contestó Pablo Iglesias:
“Un lingote será para mí, otro para ti y otro para el que se comió el tercer
pan”. “Por cierto, que yo me lo comí, aunque lo he negado”, dijo el discípulo.
“Entonces que sea todo para ti”, contestó Pablo Iglesias, y se fue. El
discípulo se quedó allí, esperando a que apareciera alguien por el camino que
le ayudara a llevar aquel tesoro. Al poco, llegaron tres hombres que, al ver los
lingotes, decidieron matar al discípulo para quedárselos. Después de matarlo,
dos de los hombres mandaron al tercero a comprar provisiones al pueblo, pues
tenían hambre, antes de trasladar el tesoro. Y cuando éste se fue, los otros
dos acordaron matarlo cuando volviese, para quedarse con su parte. Mientras
tanto, el hombre que fue a comprar decidió envenenar la comida para matar a sus
compañeros. Así que, cuando volvió, sus compañeros lo mataron, y luego comieron
la comida y murieron también envenenados. A los pocos días, pasó Pablo Iglesias
y vio el tesoro y los cadáveres de los cuatro hombres muertos, y exclamó: “¡Ay,
la independencia!”
IDEAL (La Cerradura), 5/01/2020
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