Si
uno empieza a echar cuentas, con el importe del salario mínimo se pueden hacer
pocas cosas. O muchas, si fuera lo que te sobra después de pagar un alquiler o
una hipoteca –¡ay!-, suministros, ropa, comida e impuestos, y sin tener hijos, claro,
pues no nos da para educarlos y alimentarlos, ni siquiera con pin parental, que
se ve que es una cosa mágica que robotiza a los niños y los convierte en
militantes de Vox. ¡Firmes! Con 950 euros uno puede vivir bien en algunos
países de América Latina, en Marruecos y los países subsaharianos, o si eres
estudiante y compartes piso con otros cuatro y vas a comer a los comedores
universitarios. Quizá también si tienes una casa en propiedad que heredaste en
uno de los pueblos de la España vaciada, donde estás dispuesto a vivir y
compaginar el salario exiguo con cultivar la tierra, la ganadería o hacer de
guía turístico de los chinos que huyen del coronavirus. Lo que discute el
Gobierno con la patronal y los sindicatos es miseria, porque en una sociedad construida
sobre el poder financiero y el neuromarketing cualquier mileurista vive en la
pobreza, apartado de un mundo donde la gente compra coches, consolas, smartphones,
artículos de moda y otros caprichos. Al menos podrían hablar claro y decirles a
los trabajadores: “Mira, no vives en un país rico y europeo como te crees, sino
en una ficción, una realidad virtual al alcance tan sólo de Pedro Sánchez. El
empresario que te paga apenas llega tampoco a fin de mes y, como te suba 50
euros a ti y a tus compañeros, quiebra”. Aunque claro, depende de quién te
cuente el cuento. Hay padres que prefieren que sus hijos no tengan educación
sexual, vayamos a que mantengan relaciones responsablemente, en vez de creer
que el sexo es lo que ven en las páginas porno. Porque al móvil no pueden
renunciar hijos ni padres, pero a la educación sí, para seguir siendo un país
tercermundista donde el sueldo mínimo no te permite vivir con dignidad. ¿Y cómo
hablar de la educación sexual en un Estado donde hay partidos políticos con una
importante representación en el Congreso que defienden todavía abiertamente la
discriminación, la segregación y la violencia, independientemente del género?
España retrocedió cuarenta años en las últimas elecciones. Y que la educación y
el sueldo mínimo sigan siendo objeto de debate público resulta sintomático.
¿950 euros? ¿950 violaciones? ¿950 desahucios? ¿950 víctimas de la violencia
machista? Son las cifras de la ignominia.
IDEAL (La Cerradura), 27/01/2020
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