Creo
que debido a la saturación informativa por la Covid-19 me puse malo. Se me
hincharon los ganglios del cuello, me dieron escalofríos, incluso fiebre,
aunque curiosamente para abajo. En resumidas cuentas: se me metió en el cuerpo
el malestar reinante. Yo no suelo molestar a los médicos si no es estrictamente
necesario, pero mi mujer me convenció de que llamara y pidiera cita. “Total”,
me dijo. “Si ni siquiera tienes que ir, te llaman por teléfono”. Ante una
lógica tan aplastante, no pude negarme. Era jueves y me dieron cita para el
martes siguiente. Durante el fin de semana, luché denodadamente contra el
malestar exterior e interior: me metía o salía de la cama en función de la
temperatura corporal y nacional. Pero el lunes estaba mejor, e incluso casi
recuperado el martes. “Qué le digo ahora al médico?”, pensé. “¿Le cuento mi
calvario del fin de semana o que ya estoy bien?” El médico debía de estar muy
ocupado o haber adivinado mis dudas, pues el martes no me llamó. “¿Ves?”, le
dije a mi mujer. “Si ya lo sabía yo”. Mi mujer no siempre me deja que me salga
con la mía, y se metió en el programa de citas de la Junta. “Pues aquí pone que
te han llamado”. “Ah, ¿sí?”, repuse. “¿Y por qué no ha sonado el teléfono ni
tengo ningún registro de llamada?” Mi mujer me miró meneando la cabeza, como si
fuera el culpable de algo, y creo que de la frustración que sentí empezó a
subirme la fiebre. “Mañana tienes que llamar al centro médico”, sentenció. “Y temprano”.
Así que eso hice el miércoles, y al quinto intento me cogieron el teléfono. Le
conté a la telefonista con mi voz de enfermo lo que había pasado y me dijo:
“Hum… ¿No le ha llamado el médico?” Comprobó mi número de teléfono y me dijo
que a partir de las doce me volvería a llamar. Me quedé con las ganas de decirle
que no podían volver a llamar a quien no habían llamado antes, pero opté por
callar prudentemente y esperar. El caso es que a las doce y media no me habían
llamado, pero yo me encontraba mejor. A la una y media tampoco había sonado el
teléfono, y yo estaba como nuevo. A las dos y media mi teléfono por fin sonó.
Yo pensé que el último recurso de la Seguridad Social era curarnos a base de
ejercitar la paciencia y, como el tratamiento había surtido efecto, no contesté
la llamada.
IDEAL (La Cerradura), 23/08/2020
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