lunes, 30 de noviembre de 2020

Armonía

Resultaría paradójico –muy español, vamos- que gracias a los independentistas catalanes se pagasen los mismos impuestos en casi todas las comunidades autónomas españolas. Feliz aquel que vive sin saber quién es el jefe de Estado, ni si vive en una monarquía o una república, escribía Pessoa. Pero resulta nuevamente muy español que no lo sepa un diputado o el presidente del Gobierno. En el fondo no les gusta la autonomía política de las regiones, ni la suya propia, porque no saben muy bien qué hacer con ella. La mayoría de los políticos, como la mayoría de las personas, va por ahí dando tumbos, chocando unos con otros, como si sólo el conflicto y el trompazo final fuera el sentido de su existencia. ¿Queremos que se paguen los mismos impuestos en Cataluña que en Madrid? Madrid no es un paraíso fiscal, como dice Gabriel Rufián, sino una comunidad a la que el Estado le ha cedido los tributos más importantes y que ejerce sus competencias como las demás. ¿Queremos o no queremos comunidades autónomas? ¿Existe la autonomía política sin la autonomía financiera? Quizá sea esa la cuestión, más allá de que resulte razonable que los españoles que tengan la misma capacidad económica paguen los mismos tributos independientemente de su lugar de residencia. No es una cuestión que afecte al País Vasco ni a Navarra, sin embargo, que tienen su propio sistema tributario desde hace años y una relación de bilateralidad con el Estado español articulada a través del Convenio y el Concierto, lo que constituye el principal factor de distorsión del sistema de financiación autonómica, y no Madrid. Por eso, el apoyo a los presupuestos o a una reforma fiscal del nacionalismo vasco está asegurado; simplemente, no va con ellos. Pero es que quizá habría que explicarles a los ciudadanos que las singularidades están reconocidas en la propia Constitución española, no sólo los derechos históricos de País Vasco y Navarra (donde podría incluirse a Cataluña), sino también las de Canarias o las de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, que ni siquiera forman parte de la Unión Aduanera.  El problema no son las diferencias fiscales, nacionales o políticas, sino cómo armonizarlas para que, aun respetando las singularidades propias, no se creen desigualdades y exista solidaridad. ¿Se puede conseguir esto? Sí. La integración puede producirse desde la heterogeneidad, y no sólo desde la homogeneidad. La Unión Europea es un buen ejemplo. Y España, a pesar de todo, también lo es. Ojalá inventemos otra vacuna contra la cabezonería y el extremismo.

IDEAL (La Cerradura), 30/11/2020

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