Resultaría
paradójico –muy español, vamos- que gracias a los independentistas catalanes se
pagasen los mismos impuestos en casi todas las comunidades autónomas españolas.
Feliz aquel que vive sin saber quién es el jefe de Estado, ni si vive en una
monarquía o una república, escribía Pessoa. Pero resulta nuevamente muy español
que no lo sepa un diputado o el presidente del Gobierno. En el fondo no les
gusta la autonomía política de las regiones, ni la suya propia, porque no saben
muy bien qué hacer con ella. La mayoría de los políticos, como la mayoría de
las personas, va por ahí dando tumbos, chocando unos con otros, como si sólo el
conflicto y el trompazo final fuera el sentido de su existencia. ¿Queremos que
se paguen los mismos impuestos en Cataluña que en Madrid? Madrid no es un
paraíso fiscal, como dice Gabriel Rufián, sino una comunidad a la que el Estado
le ha cedido los tributos más importantes y que ejerce sus competencias como
las demás. ¿Queremos o no queremos comunidades autónomas? ¿Existe la autonomía
política sin la autonomía financiera? Quizá sea esa la cuestión, más allá de
que resulte razonable que los españoles que tengan la misma capacidad económica
paguen los mismos tributos independientemente de su lugar de residencia. No es
una cuestión que afecte al País Vasco ni a Navarra, sin embargo, que tienen su
propio sistema tributario desde hace años y una relación de bilateralidad con
el Estado español articulada a través del Convenio y el Concierto, lo que constituye
el principal factor de distorsión del sistema de financiación autonómica, y no
Madrid. Por eso, el apoyo a los presupuestos o a una reforma fiscal del
nacionalismo vasco está asegurado; simplemente, no va con ellos. Pero es que
quizá habría que explicarles a los ciudadanos que las singularidades están
reconocidas en la propia Constitución española, no sólo los derechos históricos
de País Vasco y Navarra (donde podría incluirse a Cataluña), sino también las
de Canarias o las de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, que ni siquiera
forman parte de la Unión Aduanera. El
problema no son las diferencias fiscales, nacionales o políticas, sino cómo
armonizarlas para que, aun respetando las singularidades propias, no se creen
desigualdades y exista solidaridad. ¿Se puede conseguir esto? Sí. La
integración puede producirse desde la heterogeneidad, y no sólo desde la
homogeneidad. La Unión Europea es un buen ejemplo. Y España, a pesar de todo,
también lo es. Ojalá inventemos otra vacuna contra la cabezonería y el
extremismo.
IDEAL (La Cerradura), 30/11/2020
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