Con
la excusa de la pandemia los gobiernos están limitando la libertad de
expresión. Lo dice la ONU, que debe velar por la aplicación de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, que desarrollan y aplican en teoría las
constituciones nacionales. De hecho, en un mundo ideal, estas no serían
necesarias y nos valdría con la Carta de las Naciones Unidas. Pero parece que
en los distintos países no se piensa lo mismo, y lo que abundan son los
nacionalistas y los dictadores en potencia, que no creen en la integración y en
un gobierno mundial, sino en la segregación y la defensa de lo local. La
Covid-19 está revelando lo mejor y lo peor del ser humano, y en el ámbito
político poco podemos esperar de una coordinación mundial de las medidas
sanitarias y preventivas cuando en el interior de países como España somos
incapaces de coordinar la actuación de las Comunidades Autónomas, donde hay
responsables públicos que parecen más preocupados por diferenciarse del resto
que de tomar decisiones efectivas para cuidar la salud de los ciudadanos. A
estas alturas, no creo que nos preocupen mucho las celebraciones navideñas, pero
nos repiten como un mantra que vigilarán las comidas de empresa, las reuniones
y las cabalgatas. El control de la población es hoy la principal tarea de las
administraciones, más que velar por una eficaz prestación de los servicios
públicos. ¿Vivimos ya en un Estado sanitario-policial? Menos mal que tenemos a
personajes como Pablo Iglesias o Gabriel Rufián para desmentirlo, pues ellos
sólo aspiran a tener su propio Estado, es decir, a transformar el Estado de
todos a su imagen y semejanza, para lo que cuentan con la ayuda inestimable de
Pedro Sánchez, convertido en el doctor Frankenstein según algunos medios. Visto
así, el panorama da miedo, y si es como en la película clásica el monstruo irá
por ahí dando tumbos y gritando como el portavoz de Vox en el parlamento
andaluz. ¡A tomar… el aire! Y eso es lo que nos falta, respirar un poco de aire
puro. Encerrada en las casas, la gente echa de menos el campo, pelearse a
codazos por encontrar un hueco en la barra de un bar, poder abrazar a alguien. “Yo
era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido. Concededme la felicidad
y volveré a ser virtuoso”, nos dice Frankenstein. Y también: “Ten cuidado; pues
no conozco el miedo y soy, por tanto, poderoso”. Habrá que tener paciencia. Mejor
es estar tranquilos que pensar que vivimos rodeados de monstruos.
IDEAL (La Cerradura), 22/11/2020
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