En zafarrancho de combate, me dispongo a apuntalar puertas y
ventanas, pues ya empiezan las fiestas del pueblo. Me avisan el repique de
campanas de la iglesia, los cohetes, los columpios, puestos y casetas que ponen
en la calle. Se ve que vendrá mucha gente, pues el ayuntamiento ha autorizado
que instalen un escenario que ocupa toda la plaza, la policía local ha cortado
la mitad de las calles y uno apenas logra llegar a la puerta de su casa. Son
días especiales, y por eso habrán suspendido la aplicación de las ordenanzas,
pues la música de la feria trona hasta las cuatro de la mañana. ¿Quién quiere
dormir? Total, si el mundo debe de estar a punto de acabarse y las fiestas sólo
duran una semana. ¿Una semana sin dormir? Eso no es nada, chaval, yo aguanto lo
que me echen. Y nos han echado a Camela y reguetón, que hay que escuchar
obligatoriamente, alucinado, con los ojos abiertos como brótolas. Yo y el resto
de los habitantes del pueblo, pues aquí, como debe haberse propuesto el
alcalde, no duerme ni dios. ¿Habrá salido bailando en Tik Tok, esa nueva
epidemia que contagia a los regidores desde Vigo hasta Granada? Me asombra la
complicidad del poder político y religioso, pues las campanas relevan a los
cohetes y viceversa, que para eso comparten plaza la iglesia y el ayuntamiento,
como en cualquier pueblo español que se precie. Aunque avisen de una crisis
económica galopante, las corporaciones locales siempre tienen presupuesto para
festejos. De pronto, se ha hecho un extraño silencio. Espero, nervioso, en la
calma que precede a la tormenta. No me equivoco. Campanadas, cohetes y música
irrumpen como fuegos artificiales que dinamitan cualquier atisbo de
tranquilidad. Me imagino a los viejecillos encerrados, con miedo a salir de
casa. Menos mal que muchos ya estarán sordos como una tapia. Si les pasara
algo, ¿podría llegar hasta ellos una ambulancia? Me alegro de la felicidad de
nuestros regidores, aunque me provoquen pesadillas. ¿Aceptaré, como Paco Cuenca,
el reto de Rosalía? ¿Me convenceré de que en la vida política y cívica ya sólo
caben la insustancialidad y la puerilidad? ¿Tendré que encomendarme a Fray
Leopoldo? Me concentro para que caiga una lluvia de granizo que acabe con mis
pesares, pero no ocurre nada salvo la fanfarria. No hay otra posibilidad. Me
acuerdo del arte de la guerra y, encomendándome a Sun Tzu, que aconsejaba
unirte al enemigo si no puedes con él, me echo a la calle. ¡Que siga la fiesta!
IDEAL (La Cerradura), 12/09/2022
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