Resulta
grotesco asomarse a la actualidad política española y ver la batalla campal a
la puerta de la sede del PSOE en Madrid, oír las llamadas a dinamitar el Estado
de Derecho. Viajamos en el tiempo sin que la vergüenza asome a la cara de los
hijos y los nietos de los que murieron en la Guerra Civil. Hay quien aspira, de
hecho, a que haya otra guerra, y la libra en las redes sociales y en las calles
de la capital de España, que se está volviendo un lugar desagradable para vivir,
pues ha perdido la alegría y el espíritu de solidaridad y acogida que la
caracterizaban, gobernada por unos dirigentes que, a la izquierda y a la
derecha, no parecen tener verdadero interés en la ciudad, la comunidad o el
país. Estando en el gobierno o en la oposición, los dos bloques son incapaces
de llegar a acuerdos, pero se reprochan mutuamente que para gobernar en el
ámbito estatal, autonómico o local tengan que apoyarse en los extremos. ¿Cabe
otra posibilidad si entre los dos grandes partidos no hay entendimiento? ¿Les
puede más el renacido odio de sus padres y abuelos? Pedro Sánchez se apoya en
los partidos independentistas, nacionalistas y regionalistas porque no tiene
otro remedio. Alberto Núñez Feijóo y sus barones se apoyan en Vox porque no
tienen más remedio. Todos se detestan e interpretan el derecho según les
conviene. En realidad, no respetan las instituciones que representan, ni la
Constitución, ni al Rey ni al Estado. Es tal el esperpento que ha convertido a
Puigdemont el prófugo en un árbitro que exige para formar gobierno una amnistía
que supone que el Estado (que incluye al PP, al PSOE, a Pedro Sánchez, a
Alberto Núñez Feijóo y al Gobierno de Mariano Rajoy, al Parlamento, al Rey y al
poder judicial) se equivocó cuando aplicó las leyes vigentes y el artículo 155
de la Constitución. Es normal que la gente se manifieste por las calles de
Granada y Madrid para expresar lo que piensa. Lo que no es normal es que esas
manifestaciones acaben en violencia que es espoleada y no condenada por
determinados dirigentes y partidos políticos. Se ve que por muchas leyes que
aprobemos al respecto, en España no hay memoria. Lo que hay es una rabia
visceral que no va a borrar una ley de amnistía por mucho que nos empeñemos. Sobre
todo, cuando su objetivo no es resolver los problemas que llevan enquistados
tanto tiempo, sino los beneficios personales de Sánchez y Puigdemont.
IDEAL (La Cerradura), 12/11/2023
Así se habla.
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