La
inteligencia artificial se ha introducido en academias y escuelas para que los
candidatos a cualquier oposición almacenen datos como si no tuvieran cerebro,
sino un disco duro. No se aprecia el conocimiento, sino superar un examen tipo
test. No se aspira a aprender, sino a aprobar, algo que les ocurre también a
muchos estudiantes universitarios, que no están acostumbrados a la lectura, la
reflexión y el lenguaje abstracto. Resulta normal si de los planes de estudios
van desapareciendo las humanidades y asignaturas como historia y filosofía
parecen ya de un pasado remoto. Sobre estimulados por móviles y pantallas a los
niños les cuesta fijar la atención durante cinco minutos, exactamente igual que
a sus padres, incapaces de no atender los mensajes de WhatsApp aunque estén
cenando con su pareja. Las redes sociales están alterando hasta las costumbres
sexuales, y raro es el cavernícola digital que no se graba para luego
encontrarse con su palmito circulando por Internet. En las casas donde los
padres no leen los hijos no leen, aunque por la celebración del Día del Libro políticos
y deportistas manden mensajes como “Leer es poder”. Pues no se les nota, la
verdad. Si leyeran, otro gallo nos cantaría. No se cuántos discursos se hacen
con inteligencia artificial, pero sí que suenan artificiales, como si
mezclásemos en el software encuestas y estadísticas para conseguir una receta
política. La creación y el pensamiento huyen del ruido y la prisa, pero hay
demasiado ruido en nuestras aulas y en los medios de comunicación, en el
mercado, que no descansa y demanda perfiles profesionales más técnicos,
versados en informática y tecnología. Inventamos nuevos dispositivos con mayor
memoria y que nos permitan navegar más rápido, pero dudo que haya un invento
más perfecto que un libro, que puede contener un mundo completo y todos los que
pueda añadirle el lector. Leer, leer de verdad, puede convertirse en un acto de
disidencia. Porque sin lectura no hay pensamiento, opinión pública libre ni
democracia. Y da alegría y esperanza darse un paseo por la Feria del Libro, si
hay tanta gente que lee o que puede leer. Porque me imagino que esos artefactos
de papel llegarán a las casas para ser algo más que un objeto decorativo, y que
se enarbolarán sin vergüenza en el autobús o en el metro para identificarse
como miembros de la secta de la letra impresa. Quién sabe si será verdad y la
imaginación llegará al poder. Una sociedad inteligente podría ser el conjunto
de lo que se lee.
IDEAL (La Cerradura), 28/04/2024
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