No es la Santísima Trinidad, ni siquiera una nueva letanía. Pero quizá
sea el orden que se planteen ahora las parejas al casarse, dejando aparte a los
capitanes de barco. Porque no es tiempo de cruceros y, en época de novias y novios
flacos –¿novias andróginas, quizá?- hay que repartir las tasas del casamiento
entre iglesia, ayuntamientos y, olalá, notarios, una clase casi tan valorada en
España como la realeza. “Primero haces notarías, y luego ya harás lo que te dé
la gana”. Eso escuchaban muchos incautos en este país, allá por la
adolescencia. ¿Qué mayor honor hay que profesar la fe pública, aunque se trate
de la fe en la especulación inmobiliaria? Ahora tendrán que dar fe del amor
humano, que no divino, que este sigue en manos de la iglesia. Porque antes los
notarios hacían matrimonios de verdad, de esos indisolubles, como los de una
casa con su hipoteca. Pero ahora, lo mismo que unen, también lo separarán.
¿Hasta ese punto hemos llegado, señor Gallardón? ¿Hasta el altar le persigue el
sentimiento de culpa? La confianza que tiene en su colegas de leyes no tiene
parangón ni en el Cielo ni en la Tierra. Quién lo diría, pero la crisis
económica va a terminar también con los notarios, esos seres educados en el
mundo del dinero y la repetición. Sacadas las oposiciones, el notario iba por
la vida recitando hasta la carta de precios de los restaurantes, por eso de la
costumbre y la memoria fotográfica. Está demostrado: un notario nunca olvida un
número de teléfono ni un artículo del Código Civil. ¿Se acordarán de su cara en
este mismo momento? Pues ahí los tienes: repitiendo los méritos de las felices
o infelices parejas. Lo siento sobre todo por el ministro Wert, que ya tiene
otro conflicto educativo, que no podrá arreglar con volver loca a la gente
quitándole por la mañana y devolviéndole por la tarde una beca Erasmus. ¿Le van
a pedir ahora todos los notarios de España una indemnización por haberse pasado
estudiando media vida para acabar haciendo y deshaciendo matrimonios? Si para
eso ya tenemos a Belén Esteban, que sin oposiciones ni educación conocida se ha
ganado el respeto de la princesa de Asturias, convencida de que tiene que
tratarla de igual a igual. Ay, para que luego digan que no sabemos quién es la
princesa de España. ¿No habrá nadie que certifique esta nueva verdad? Pongan un
notario en su vida. Es un acto de caridad. Los pobres.
IDEAL (La Cerradura), 10/11/2013
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