La Alpujarra
es un lugar especial donde el conde Jan Potocki imaginó un castillo mágico y
subterráneo. Allí todavía habitan los Gomélez, los últimos moriscos. Pero
también viajeros, románticos, apátridas, todos los que, todavía hoy, quieren
vivir en un mundo aparte. Lo es este valle que se encuentra entre la vega y la
costa de Granada. Fue lo que percibió Potocki al visitarlo en el año 1791 e,
influido por ese viaje, escribió El
manuscrito encontrado en Zaragoza (publicado en España por Pre-Textos y
Acantilado), una obra impregnada aún por el costumbrismo del siglo XVIII, pero
que ya anticipa el romanticismo. Escrita al modelo del Decamerón, esta novela
relata los encuentros del viajero con dos hermanas musulmanas que terminarán
revelándose como criaturas demoníacas, súcubos o entidades astrológicas ligadas
a la constelación de Géminis. Y es que Potocki fue, entre muchas otras cosas,
astrólogo, soldado, arqueólogo, etnólogo ilustre y consejero privado del Zar
Alejandro Primero. Y en esta obra funde lo histórico con lo macabro, la
picaresca con lo sobrenatural, el ocultismo con las matemáticas y la filosofía.
Alphonso Van Worden, Emina y Zebedea, el gran jeque de los Gomélez, el bandido
Zoto, el cabalista Uzeda o el endemoniado Pacheco son personajes que nos
acompañarán durante años, pues, como dice el autor por boca de la duquesa de
Medina Sidonia: “como la mente tiene necesidad de esparcimiento, yo lo buscaba
en la lectura de esos libros agradables, pero peligrosos, conocidos con el
nombre de novelas”.
También yo he
tenido la sensación de entrar en un mundo fantástico cuando visito la
Alpujarra, y si en mi adolescencia eran Bubión y Capileira mis destinos
predilectos, ahora suelo ir a Ugíjar y a Laujar de Andarax, en la Alpujarra
oriental, el último destino de Boabdil, otro viajero melancólico. Sobre ese
destino seguimos escribiendo hoy. Lo hace Justo Navarro en El país perdido. La Alpujarra en la guerra morisca (Fundación José
Manuel Lara). ¿Un ensayo? A veces uno cree estar leyendo una novela, que nos
lleva en volandas por los barrancos de la Alpujarra, el escenario donde
presenciamos la evolución de una guerra de guerrillas. Pero a Justo Navarro no
le hace falta recurrir al género fantástico para contarnos nuestra historia y
explicarnos unos acontecimientos que probablemente determinaron el futuro de
Europa. Este libro es un viaje por la historia y por la geografía de la
Alpujarra, un recorrido épico y a la vez sentimental hacia ese pasado que
habita en nosotros. Los libros de Justo Navarro nos acercan a la realidad de
nosotros mismos, y quizá tenga algo que ver el rigor de su lenguaje, pues las
palabras parecen cinceladas, y las frases son tan precisas que nunca les sobra
nada. Ordenándose en párrafos, es como si formasen una cara. Y por eso, al leer
sus obras, uno tiene la sensación de asistir a una reordenación del mundo, que
termina revelándose de un modo más claro y más puro, sin que eso signifique que
no vivamos la venganza y la crueldad, la exclusión y el fanatismo, la ambición
y la ceguera del ansia de riqueza y poder que siempre han asolado nuestra historia.
En la Alpujarra sigue habitando la historia
de España, y cruzar el Puerto de la Ragua supone hacer un viaje en el tiempo,
recorrer lugares vividos por nuestros abuelos, recordar y volver a ser los que
fuimos. Porque en el reino chico de Boabdil puedes escuchar las mismas
conversaciones que hace cincuenta o sesenta años, sobre el tiempo, las matanzas
y algún problema de lindes, ver al mismo agricultor subido en el burro con las
alforjas llenas de pimientos y tomates, de pienso para dar a los animales, como
los veía quizá Miguel de Rojas desde el balcón de esta misma casa. Siempre me ha llamado la atención el poco
apego que le tenemos a nuestro entorno, lo poco orgullosos que estamos de
nuestra historia. Pero aquí no pasa el tiempo. En Ugíjar escucho las campanas
de la iglesia –antigua mezquita-, que marcan las horas con la misma cadencia
con que lo hacían cuatro siglos antes.
El Mundo de Andalucía (Viajero
del tiempo), 4/03/2014
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