sábado, 4 de abril de 2015

Primavera de bárbaros



Lamentablemente, el fenómeno turístico más importante de Granada en los últimos años, tanto por asistencia de público –miles de personas en un solo día- como por repercusión en los medios nacionales e internacionales, es la Fiesta de la Primavera; o, lo que es lo mismo, la reunión de miles de jóvenes de toda España para emborracharse hasta perder la conciencia en el espacio público que el Ayuntamiento ha habilitado para ello, y de nombre tan embrutecedor como los ediles que padecemos: botellódromo. Probablemente, lo que cometa la administración municipal facilitando esta práctica es un delito contra la salud pública, aunque sea con la excusa de alejarla de las calles del centro. La diferencia es que las ordenanzas municipales pueden prohibir y multar a quien bebe y arma jaleo en la calle de manera particular, pero con el botellódromo se institucionaliza y fomenta esta celebración, cuya consecuencia más previsible es la progresión geométrica de los casos de alcoholismo entre los jóvenes.
Los medios de comunicación han destacado las fotografías de las caravanas de chavales cargados de botellas e incluso bidones de alcohol, pero lo que al principio puede dibujarte una sonrisa luego se transforma en la máscara de la enfermedad o la adicción. Sobre todo, cuando ante las preguntas del sorprendido periodista, algunos chavales contestan: “¡Pues qué vamos a hacer! ¡Emborracharnos! ¡Beber hasta la madrugada!” Teniendo en cuenta que la pregunta se les hace a las doce o a la una del mediodía, eso significa que el chaval en cuestión va a pasarse unas trece o catorce horas bebiendo, como los otros miles que le acompañan. Así, no es de extrañar que la jornada acabe no sólo con borracheras, sino también en comas etílicos, que deben atender los hospitales de la ciudad, que ya suelen tener de por sí muchas necesidades que atender y no todos los recursos necesarios para satisfacerlas.
Y sí, lo lamentable es que esta celebración la fomente el propio Ayuntamiento de Granada, al que como a cualquier otra Administración pública hay que exigir responsabilidad por los daños que causa. De hecho, la jurisprudencia considera que la responsabilidad de la administración es una responsabilidad objetiva si por el mal funcionamiento de los servicios públicos se produce un perjuicio a los ciudadanos. Y quizá podría aplicarse esa doctrina al uso torticero o irresponsable de los servicios públicos. Porque los daños que causa el botellón son sin duda valorables económicamente: horas de trabajo del personal de limpieza, del personal sanitario, de las fuerzas de seguridad, sin contar con los daños físicos y psíquicos que se causan a sí mismos miles de jóvenes. Pero también las horas de trabajo y de descanso de los vecinos de la zona y de todas las personas que deben pasar necesariamente con sus vehículos por ese lugar donde se hacina a la gente.
Y no se trata de un corral ni de una granja, como quizá piensen los creadores de esta genial idea, que apartan de sus casas a tantos borregos que causan ruidos, excrementos y malos olores, sino de un espacio público donde se propicia el suicidio moderado. Porque son costumbres que esos jóvenes llevarán consigo toda la vida, y más de uno se quedará en ellas. Según Ambrose Bierce, una celebración es una “festividad religiosa que se suele caracterizar por la glotonería y las borracheras, en la que con frecuencia se honra a alguna persona santa distinguida por haber sido abstemia”. Pero esta es una primavera de bárbaros.
El Mundo de Andalucía (Viajero del tiempo), 3/04/2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario