Seguramente,
como pensaba Séneca, lo importante no es morir más pronto o más tarde, sino
morir bien o mal, algo que depende tanto de la forma de vivir como de morir.
Pero la actualidad, como el tiempo, nos iguala en la muerte, cuando no la
trivializa, y en las cabeceras digitales alternan las noticias sobre el
atentado de Londres con la publicidad de dietas milagrosas, vendidas como
elixires de la eterna juventud. Los terroristas de hoy creen que la muerte les
abrirá o bien las puertas de la fama o las del paraíso, y los ciudadanos nos
hemos acostumbrado tanto a ella que parece un producto más de la industria del
entretenimiento. Pero sin duda es una lástima que haya quien encuentre más
fácilmente un motivo para morir que otro para vivir, y por eso es tan
importante explicar el pasado, para no seguir cometiendo los mismos errores en
el presente y en el futuro. En ese sentido, la aprobación hace unos días de la
ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía debería haber sido una
buena noticia para todos los ciudadanos y respaldada por todos los partidos
políticos. Sin embargo, no ha sido así, y la mayor prueba de la necesidad de
esta ley es que no haya habido unanimidad en el parlamento andaluz para
aprobarla (PP y Ciudadanos se abstuvieron en la votación) y la fría acogida de
la noticia en algunos medios de comunicación, como si todavía fuera un tabú
hablar de las víctimas del franquismo, los mismos medios que nos repiten
machaconamente una y otra vez las imágenes de los atentados terroristas cuando
estos se producen y despliegan tiempo y recursos para explicarnos las
actuaciones de la policía y las reacciones políticas. ¿No es posible dedicar
también tiempo y recursos para explicar abiertamente lo que ha ocurrido en tu
pueblo o en tu país, donde todavía hay fosas con los restos de miles de
personas sin identificar? Deberíamos hacerlo si queremos que nuestros jóvenes
crean y defiendan los valores democráticos, y no mirar para otro lado y decir
las tonterías de siempre sobre “no remover el pasado”, cuando lo que hay que
remover es nuestra conciencia. En un país que ha vivido una dictadura y que ha
sufrido durante décadas el terrorismo etarra, resulta indignante la banalidad
con la que se habla hoy de la muerte y de la memoria de las víctimas. Porque
nuestro modo tradicional de solucionar el problema ha sido ignorarlas. Y eso sólo
nos convierte en un país de fantasmas.
IDEAL (La
Cerradura), 26/03/2017
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