Reconocer
la singularidad de Cataluña en la financiación autonómica y encarar el problema
regional español, como lo llamaba Ortega y Gasset, no tendría que ser un
problema político, pero lo es cuando no se siguen los cauces legales para
abordarlo. Si se quiere reformar el sistema de financiación autonómica, deberá
convocarse el Consejo de Política Fiscal y Financiera para que estén presentes
todas las comunidades autónomas, incluyendo a País Vasco y Navarra que, como
Cataluña, deben participar en los mecanismos de solidaridad. El problema se
plantea cuando se ponen parches y se hacen reformas parciales del sistema en
función de las necesidades de gobernabilidad del Estado, sin abordar la
cuestión en profundidad, sino por las urgencias del partido que quiere
mantenerse en el Gobierno o que quiere ostentar el de la comunidad autónoma
correspondiente. Pero España no se rompe por reconocer la singularidad de
Cataluña, que es una realidad histórica, como las de País Vasco y Navarra. Otra
cosa es que se quiera que en todas las comunidades autónomas se presten los
mismos servicios públicos esenciales, independientemente de los sueños
identitarios y del nivel de riqueza, algo que habrá que explicar a los
ciudadanos sin recurrir a la demagogia. Crean más desigualdades los líderes
obtusos que los que promueven la república de su casa. Reconocer la complejidad
territorial de España es compatible con defender la unidad, siempre que se
reconozca la singularidad territorial e individual. Porque quienes no reconocen
las diferencias institucionales difícilmente respetarán los derechos y
libertades fundamentales de los ciudadanos, ya sean de credo o de género.
Unidad en la diversidad y un derecho que acoja a todos son la base de la UE y
de cualquier Estado democrático. Los que defienden con tanto ahínco la
Transición y la Constitución española deberían recordar que fue el fruto del
acuerdo entre contrarios y que, en su texto, recoge las singularidades
territoriales e institucionales de una manera específica: País Vasco y Navarra,
sí, pero también Canarias y Baleares, por no hablar de Ceuta y Melilla. Podrían
ser asimismo Barbate o Granada, ciudad singular entre las singulares y que,
siendo de las más turísticas, es de las peor comunicadas. A ciudadanos y políticos se nos llena la boca
con la palabra solidaridad, pero la realidad es que no somos solidarios,
incluso con los bienes más básicos, como el agua. Baste de ejemplo las
reacciones a la decisión de ceder el excedente de agua de riego del pantano del
Negratín a la provincia de Almería. ¿Singulares? Parecemos más bien egoístas y
simplones.
IDEAL (La Cerradura), 23/06/2024
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