sábado, 8 de febrero de 2014

Comunas


A veces, el patrimonio cultural de un país no se encuentra en su arquitectura ni en sus edificios históricos. A veces –muy raramente-, ese patrimonio tiene que ver con una manera de relacionarse con el mundo. Se trata de algo más que la tradición o los saberes ancestrales de un pueblo; es una forma de resistencia, de mostrarle a la sociedad de consumo que se puede vivir de un modo diferente. Aquí la palabra libertad cobra todo su sentido. Y se refiere al trabajo y al sacrificio, a la voluntad de asumir una identidad irrenunciable. De las comunas la Constitución de la República del Ecuador y el Código Orgánico de Organización Territorial dicen poco. No hay mucho que decir desde el punto de vista legal de unos colectivos que tienen una organización social y un modelo de convivencia ejemplar, que van transmitiendo generación tras generación: sólo hay que protegerlos. En las comunas no suele existir la pobreza extrema o la desnutrición, algo que desgraciadamente sí existe en las grandes urbes, presuntamente civilizadas. Porque la civilización es más bien compartir el trabajo y los frutos del mar y de la tierra. Sin embargo, las iniciativas empresariales que se plantean a estos colectivos –no necesariamente indígenas, afroecuatorianos o montubios- suelen ser interesadas, con el objetivo de obtener un beneficio inmediato, normalmente proveniente del turismo y de una explotación incontrolada del entorno natural. Pero las comunas sólo seguirán existiendo si su desarrollo se produce desde dentro, con proyectos que ellas mismas puedan gestionar. Tender puentes en el presente desde el pasado al futuro también es algo revolucionario.
El Telégrafo (Zoom del Ecuador), 8/02/2014

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