Ecuador
es uno de los pulmones del planeta, pero la contaminación en ciudades como
Guayaquil es como un cáncer, que contradice toda idea de naturaleza. El exceso
de vehículos es evidente, y los tubos de escape expulsan un humo tan negro como
el alquitrán con el que Chevron ha contaminado la Amazonía. Hay quien
erróneamente cree que conducir un buen carro es un símbolo de progreso, y por
eso abundan las furgonetas y los cuatro por cuatro, verdaderos monstruos
metálicos que para lo único que sirven en la ciudad es para congestionar el
tráfico. Porque, cuando uno camina para ir al trabajo, lo miran como a un bicho
raro, cuando lo raro es encender un motor para recorrer cien metros,
contaminando el aire y engordando por la falta de ejercicio. Algunos
preferirían pasarse todo el día tumbados, sorbiendo batidos y moviéndose en
camas voladoras como en la película WALL-E, donde los últimos habitantes de la
Tierra, obesos e inútiles, viven en una nave espacial después de acabar con la
vida en el planeta. Y así podemos acabar efectivamente, si no mejora nuestra
cultura cívica. Porque la riberas del Malecón Salado, junto a la Universidad
Estatal, parecen un basurero. Apenas hay papeleras, y no es raro ver cómo
petroleros andantes terminan de beber un refresco y tiran el envase o el vaso
de plástico al suelo. Al parecer, nadie les ha enseñado que ellos también
forman parte del ecosistema.
El
Telégrafo (Zoom del Ecuador), 15/02/2014
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