El amor se pasea por el Malecón del Salado, mientras adolescentes e
iguanas se besan al sol. Pese al calor y la lluvia, por las faldas de la
Universidad Estatal vuelan las flechas de Cupido, y uno corre el riesgo de ser ensartado
por un beso futuro. Aunque los jóvenes suelen proteger celosamente a su pareja,
y enfrentan la mirada del paseante despreocupado que ose mirar a su hembra.
Así, el Malecón del Salado se convierte a ciertas horas en una selva, donde los
rugidos o los suspiros hacen volar bandadas de pájaros, y también la
imaginación. ¡Ay, quién tuviera veinte años! Es lo que piensan los cuarentones
que hacen running en busca de la
juventud perdida. Porque correr media hora al día acelera el metabolismo y te
protege de la diabetes, de los infartos, de los perjuicios del exceso de grasa.
Eso es lo que se repiten los corredores como un mantra: “Adelante, otra vuelta.
Todo sea por alargar la vida”. Pero, a veces, al atardecer, cuando uno se
siente más cansado, asiste a un momento mágico: una flecha es lanzada por unos
ojos lánguidos y, cruzando todo el Estero, va a clavarse en tu propio corazón.
Y es que el amor puede ser un buen desengrasante. Por eso el Malecón del Salado
empieza a llamarse la ruta del colesterol.
El Telégrafo (Zoom del Ecuador), 11/01/2014
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