¿Puede convertirse un diccionario, con su
estricto orden alfabético, en ficción, en un libro de cuentos? José María Pérez
Zúñiga despliega a lo largo de 150 términos, de “Adivinanza” a “Zulo”, una
estrategia narrativa abierta, que teje a su vez todo un brillante mosaico de
piezas breves. Los géneros se mezclan, se entrelazan, difuminan sus límites en
lo formal y en el fondo, descubriéndonos que ficción y no ficción, voz
narrativa y voz personal remiten a un único texto. Como su título, que procede
de un aforismo de Georg Christoph Lichtenberg, Zúñiga reúne en un solo texto lo
viejo y lo nuevo con un resultado innovador.
Escritorio: El
hombre está sentado ante la mesa, leyendo concienzudamente. A veces demora su
lectura, toma algunas notas, fragua un propósito; pero siempre hay algo que lo
detiene. Piensa en un argumento rocambolesco, en una intriga que atrape al
potencial lector, pero decide que es mejor intentar atrapar el instante.
Entonces inicia un diario en el que va apuntando pequeñas certezas. Piensa en
seguir un orden cronológico, pero pronto descubre que la medida y el ritmo de
su escritura no se corresponden con una sucesión de días, sino que se parecen más
a pequeñas revelaciones, a algunas palabras concretas. Los textos son cuentos,
aforismos, algún ensayo y tentativa, alguna tentación. Le parecen llamas. Y
sigue escribiendo. Y se transforma. Hasta que se consume en una llamarada.
En unos días, estará en las librerías
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