La mejor novela que he leído hasta el momento de Luis
Sepúlveda es Un viejo que leía novelas de amor,
que, como ustedes recordarán, está ambientada en la Amazonía ecuatoriana. En la
novela, este viejo aficionado a la lectura es un sabio cazador, el único
personaje capaz de enfrentarse con el tigrillo y que siempre está en su sitio,
quizá precisamente porque no piensa demasiado en el lugar donde se encuentra,
sino que él mismo es una prolongación de la naturaleza. Él, Antonio José Bolívar
Proaño, abandonó en su juventud la Sierra para terminar viviendo con los
indígenas Shuar. La novela es una bella historia de supervivencia, pero yo veo
a ese viejo en la gente con la que me encuentro por la calle, en esos taxistas
o vendedores de periódicos para los que no existe la jubilación. En los países
occidentales la jubilación es un tema tabú en las negociaciones sociales, algo
más penoso aún que la artritis y demás achaques de la edad. Pero no creo que se
la planteen estas personas que siguen inmersas en la lucha diaria, como Antonio
José Bolívar Proaño en El Idilio, ese pueblo remoto de la región amazónica. Yo
disfruto hablando con ellas, porque hay muchas cosas que sólo enseña la
experiencia. De hecho, fue lo que me dijo un viejo conductor el otro día, en el
trayecto del centro de la ciudad a casa. Y que el saber, lo que se dice el
saber, sólo se aprende escuchando. Se me olvidó preguntarle si le gustaba leer
novelas de amor.
El Telégrafo (Zoom del Ecuador),
15/03/2014
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