Con casi un mes de adelanto, la Navidad se ha plantado en el Malecón
Simón Bolívar de Guayaquil en la forma de un árbol de veinte metros. Resulta
curioso ver un abeto artificial en la costa, como también encontrárselo en
muchas tiendas, o en los despachos de las oficinas. La Navidad se convierte así
en un símbolo, asociado más bien al consumo que a la celebración en familia. Ya
hay largas colas para comprar regalos, para almacenar comida y bebida, ese
turrón que se derretiría si no fuera por el aire acondicionado. El año se va y
nos preparamos para un nuevo nacimiento, quemando a nuestro añejo yo interior
en forma de viejo. De esto modo, toda la ciudad se incendiará en la ceremonia
de la resurrección y, como el Ave Fénix, si no resurgimos para ser mejores, al
menos durante unas horas sí seremos más felices. A mí, hombre serrano, se me
hará difícil disfrutar una Navidad calurosa. Pero, aunque sea una vez al año,
siempre resulta un consuelo ver a la gente con buena cara. ¿No se podría hacer lo
mismo con la ciudad? No sé cuánto costará plantar frente al mar un árbol, pero
si uno camina temprano por las calles de Guayaquil se encontrará con mucha
basura, suciedad y miseria. Quizá una campaña navideña nos sirva para ser más
cívicos, algo más efectivo que un batallón de limpieza. Mister Scrooge, el
personaje navideño por excelencia, era un viejo avaro que, después de recibir
la visita de tres fantasmas, decide cambiar su vida y erradicar la pobreza. Es
el Cuento de Navidad, de Charles Dickens. Ojalá nuestra Navidad sea algo más
que un cuento, y sin necesidad de fantasmas.
El Telégrafo (Zoom del Ecuador), 7/12/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario